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De niño y aún después de adulto a mi hermano le encantaban los cometas; él mismo los diseñaba y los volaba precisamente en los tiempos de semana santa. Prefería los que eran de colores, y los que tenían figuras geométricas complejas; según él, eran los mejores porque casi nadie los tenía en nuestro vecindario. A casi ya cinco meses de su partida física decidí, junto a mi primo, hacer un cometa para ponerlo a volar en su nombre. Acá a estos objetos voladores le decimos papagayos, ¿cómo le dicen en tu país? De cualquier forma, son muy bonitos y tienden a elevarse muy alto.
Aprovechamos el día soleado para ondear nuestro cometa en el viento; el cielo estaba muy azul, bordado de nubes hermosas. Luego del protector solar nos fuimos a una zona libre de alambrados eléctricos porque no es para nada seguro volar cometas en esas áreas. Mi tía y mis padres nos acompañaron, y la verdad fue un momento muy bonito; disfrutamos de ese niño interior y recordamos esas épocas en las que mi hermano llegaba a casa muy bronceado por culpa de los papagayos que volaba a cielo abierto, jajaja.
Creo que la mejor forma de recordar a una persona es honrando su vida con acciones tal vez pequeñas, pero muy grandes. Volar este cometa tricolor revivió en mí algunas de esas sonrisas que en ocasiones faltan. Mi familia y yo siempre solemos memorar a mi hermano con actos alegres y esperanzadores, pues de alguna forma él se encargó de llevar alegrías a muchas personas. Por eso, este cometa va en honor a él y a todos los que vuelan alto, allá en las nubes, donde la paz es inagotable y la libertad infinita.
Los invito a disfrutar conmigo de esta experiencia, la cual quedó marcada hermosamente en mi corazón. ¡No se lo pierdan!
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