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Una máscara... una sonrisa podría ser.
Somos maestros del disfraz,
Un regalo dado en vida, un rostro.
El rostro al que enmascaramos con gestos.
Las mejores mascaras son gestos discretos.
En la inconciencia de la rutina vestimos mascaras
de risas o bondades, nuestra arma ante
el caldo indigerible de la existencia
que nos dobla y desdobla indistintamente.
Soy uno más caminando en la calle
llevando la máscara de un gesto, jovial
imperturbable, un gesto sonriente,
despreocupado ante la desdicha.
Son peligrosas las máscaras de nuestros gestos,
un día una dulce mentira, al siguiente
la amalgama entre subconsciente y corazón.
Mascara, el arte de falsear la felicidad.
Pero cuando tratemos de arrancárnosla
se habrán ceñido a nuestro rostro.
Entre gestos que nos hacen y deshacen,
no hay mejor mascara que la de una sonrisa.
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