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Unas veces me siento como un simple camino
por donde van sonriendo mis tristes alegrías;
son muchas las cansadas, pero que igual se ríen
como niños traviesos que no han nacido aún.
Tal vez las que me nazcan a mitad de mis pasos
se trunquen al saber que mi mitad va herida.
Tal vez las que me nazcan nomás al comenzar
me alegren porque faltan caminos por andar.
Tal vez las me nazcan al final de la trocha
son las que menos rían, pues pronto pasarán.
Lo cierto es que las llevo de un modo familiar,
como si no pesaran, y cuando pesan mucho,
las alegro cantando de un modo singular
que termino mezclando el llanto con la risa,
la risa con el canto y el canto con andar.
A mí me alegra todo, hasta esas tristes alegrías
porque sin ellas la vida me fuera muy usual,
no miraría en la luna el rostro de una amada
que un día antes de irse me dijo sin llorar
que ya estaba bueno de tanto resistir,
que era mucho mejor dejarse descansar,
que bueno es para todos saber que todos duermen
sin que el llanto del otro nos vuelva a despertar.
No buscaría tampoco en mis oscuridades
aquello que teniendo me incita a buscar más:
los míticos saberes, la luz de la verdad,
las mentiras más grandes de las grandes verdades,
lo que sé que no tengo, pero aún puedo probar.
No buscaría corriendo a la buena amistad,
aquella que camina con sus propias heridas,
pero al verme sonriendo con miedo y soledad
se cubre los dolores y me ayuda a levantar.
Soy, entre los conozco, un ser particular,
le doy gracias a Dios también por mis tristezas,
al despertarme sueño lo que en mi sueño duerme
y cuando empiezo a andar, si acaso no tropiezo,
me tiro por placer a una dificultad.
Me gusta verle a todo su lado de aprender
así mis alegrías no piensan en tristezas
y se ocupan de ocuparme pensando en algo más.
Qué bueno es esto de ser como un camino
que mientras más se alarga más ganas dan de andar.
Si alguna vez intento, por llanto, no marchar,
recuérdenme que el llanto que no cura no es bueno,
que hay que dejarlo ir porque ya no es de fiar.
Para fiarse, la madre; para amargo está el mar,
cada quien en lo suyo que marche y deje andar.
Yo lloro, padre amado, porque puedo llorar,
porque puedo decir, hacer, y en la práctica, amar.
Y aun con mis tristezas, que a veces, se alegran mucho más,
me parece tan bueno vivir, que ya quiero que nazcan
las ganas que he preñado de reír y soñar.
Imágenes de mi autoría, editadas en Canva.
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