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Este IV domingo de Cuaresma que la Iglesia nos invita a celebrar nos regala en la lectura del Evangelio unas lecciones muy hermosas, ya que se trata de la parábola del hijo pródigo, o como también la nombran algunos, la parábola del Padre Misericordioso. En esta ocasión sólo compartiré las dos partes principales en la que podemos dividir esta lectura:
El hijo se aleja del Padre. Es lo que ocurre cuando realizamos una mala acción, cuando nos decisimos por el mal, cuando pecamos. El pecado nos aleja de Dios pero también nos hace daño ya que nos esclaviza y nos hace experimentar consecuencias lamentables. Por eso, cuando evitamos pecar nos hacemos un bien a nosotros mismos porque conservamos la bondad con la cual el Señor nos ha creado, la "herencia eterna" que llevamos dentro.
El hijo vuelve al Padre. Esto es la conversión, la cual empieza con una decisión personal, es decir, nadie la puede realizar por mí. Por otra parte, la primera y principal motivación de esta conversión, cambio de vida, está en el mismo amor de Dios, que hace fiesta no por los santos sino por los que nos reconocemos pecadores.
La pregunta que a la luz de esta palabra debemos hacernos hoy es si nos estamos alejando de Dios por nuestras acciones o si estamos volviendo a Él. En cualquiera de los dos casos la certeza y confianza en su misericordia es esencial.
Primera. Josué: 5, 9.10-12.
Salmo 33. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda. 2Co 5,17-21.
Evangelio: S.Lucas 15, 1-3. 11-32.
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