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Aquiles Nazoa, creador del humor de las cosas sencillas, nació en Caracas el 17 de mayo de 1920 y falleció el 25 de abril de 1976. Fue poeta, periodista, humorista, considerado el máximo exponente del costumbrismo venezolano y uno de nuestros más importantes escritores.
Corrían los años 60, yo estaba muy pequeña pero hay muchas cosas que no solamente recuerdo de manera especial, sino que también me marcaron. En mi casa se vivía un ambiente completamente artístico, cultural, mi papá un gran dramaturgo y director de teatro y mi mamá una excelente actriz amante de la música y del canto. Vivíamos rodeados de actores, pintores, escritores, cineastas; todos los domingos íbamos a la Sala de Conciertos de la UCV a los conciertos de música clásica y de ahí salíamos rumbo al Museo de Bellas Artes donde siempre coincidíamos con grandes artistas de la época.
Había un personaje que veíamos con frecuencia, callado, tranquilo, muy correcto, de conversación suave, muy arreglado y todo el tiempo parecía que estaba pensando, y no sería nada raro, pues se trataba del gran Aquíles Nazoa, gran amigo de mis padres, a quien así recuerdo desde mi corta edad.
En mi casa habían 2 libros que me encantaban, El Ruiseñor de Catuche (1950) y Los Humoristas de Caracas (1966) ambos de Aquiles Nazoa, éste último publicado con motivo del Cuatricentenario de Caracas.
A mí me encantaba leerlos, los disfrutaba mucho una y otra vez y tenía varias marquitas en los poemas y/o cuentos que más me gustaban. De El Ruiseñor de Catuche me aprendí (de tanto leerlos) Las Lombricitas, Arroceras y Serenata a Rosalia, esos eran mis favoritos.
Recordando hermosos momentos de mi niñez, hoy quise traerles 1 de esos maravillosos poemas de ese gran poeta que espero lo disfruten!
Las Lombricitas
Mientra se oía
desde una rosa
la deliciosa
marcha nupcial
que con sus notas
creaba un ambiente
completamente matrimonial.
Dos lombricitas
de edad temprana
cierta mañana
del mes de abril
solicitaron
en la pradera
al grillo, que era
jefe civil.
Al punto el grillo
con dos plumazos
ató los lazos
de aquel amor.
Las lombricitas
se apechugaron
y se mudaron
para una flor.
Tras una vida
dulce y risueña,
con la cigüeña
las premió Dios.
Y cuando abrieron
las margaritas,
las lombricitas
ya no eran dos.
La primorosa
recién nacida
pasó la vida
sin novedad.
Y al cuarto día
de primavera
ya casi era
mayor de edad.
Quiso ir entonces
a una visita,
y su mamita
le dijo:-¡No!
Mas de porfiada
salió a la esquina
y una gallina
se la comió
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