Cuando el párpado cae, allí estás...
cuando sube, tú también te eriges.

En las pupilas abiertas
del obnubilante presente,
tu rostro ya no se dejará ver,
solo nos quedan los recuerdos.

Te fuiste a vivir en los siempre del ayer.
Nuevo inquilino de los sueños rotos
que no conducen al anticuado mañana,
pero en mis hoy
siempre estarás
de moda.

La prepubescencia de una cálida madrugada
proporcionó más azabache a la noche
cuando la luz llegó a abrazarte
con una caricia
que a todos
nos haría daño.

Dispararon al corazón
y nos dio a ambos,
atinó en muchos
que vida te vieron bien vivir.
Pero, a veces, suenan los dados...
al giro y al ruedo
nos mostraron una suma
que a muchos tantos nos restaba.

El imprevisto estaba en tus ideas
para coartar al destino
y girarnos la historia.

El adiós sonó antes
y no contesté la llamada,
debí atender al número,
debí escuchar -una vez más-
entre estrépitos y alegrías,
cuán rota estaba la voz
que carcajeaba con tu risa
para mostrarle a mi ignorancia
una paz ambigua.

Qué coherente es la vida
cuando le toca ser necia...
Qué endeble se vuelve el cuerpo
cuando se nos quiebra el alma.

En echarte de menos
voy a más, aún me sorprendo
ante la furtiva separación
que nos espera
y nunca se atrasa,
ni se demora,
cuando nos llega la hora.

Esta vez es adiós, amigo mío.
No sé que tan tanto había en tus zapatos,
pero prometo ajustar mis trenzas
y las de quienes las tengan apretadas.